Steinbeck no me\npermite descansar. Envidio a los otros pasajeros del avi\u00f3n. Duermen como cr\u00edos.\nTranquilos. Intranquilos se ven otros: analizan minuciosamente los movimientos\nde una azafata. Varios comienzan a entusiasmarse con otra silueta: la de la\nBaja California, que ya asoma por las ventanillas. Parece una largu\u00edsima lengua\nde tierra colgando de la costa de M\u00e9xico. M\u00e1s larga que la bota<\/em> italiana. Las m\u00e1s larga del mundo, confirma un mexicano, y hay\nun motivo m\u00e1s -como vemos- para que aumente el entusiasmo a bordo.<\/p>\n\n\n\n Y\nyo con Steinbeck al lado. Sonriendo siempre con su barbilla de chivo. Silencioso\ncomo el corcho. Hace tiempo que me tragu\u00e9 su novela Las uvas de la ira<\/em>. Nunca m\u00e1s pude olvidarla. Y mis d\u00edas\nadolescentes cambiaron cuando James Dean se puso las ropas del protagonista de\notras de sus novelas: Al este del para\u00edso<\/em>.\nA mi lado tengo el libro suyo que he venido leyendo, casi obsesivamente, sin\npoder descansar. Es su Diario de viaje\npor el Mar de Cort\u00e9s.<\/em> \u00a1\u00a1Es que para all\u00e1 vamos!! A navegar sus aguas, a\nprobar sus playas tibias, con corales negros, vivos. A remontar sus cerros, que\nse esconden unos detr\u00e1s de otros, hasta el infinito, como infinitos son sus\ncactos en el horizonte, seg\u00fan lo dice Steinbeck. Y lo dicen muchos otros\ngringos y europeos. <\/p>\n\n\n\n Es\nque no hay un lugar de M\u00e9xico que haya interesado a m\u00e1s autores extranjeros que\nla Baja California y su Mar de Cort\u00e9s. <\/p>\n\n\n\n Casi\n30 a\u00f1os lleva Steinbeck en alg\u00fan lugar en el este del Para\u00edso, hablando a lo\nmejor, como en otra de sus novelas, a un dios inesperado. Pero sus libros no\nhan muerto. El relato que escribiera sobre su paso por esta regi\u00f3n del mundo\nparece rejuvenecer cada noche. Est\u00e1 dejando de ser un sitio casi vac\u00edo de\ngente. Los Cabos, su \u00e1rea m\u00e1s famosa -la misma que un d\u00eda recibi\u00f3 al corsario Drake-,\nes ahora uno de los lugares tur\u00edsticos m\u00e1s activos de M\u00e9xico.<\/p>\n\n\n\n Quienes\nllenan Los Cabos vienen principalmente de los Estados Unidos. <\/p>\n\n\n\n Por\neso, alguien le ha llamado Los Cabos\nUnidos<\/em>. <\/p>\n\n\n\n Los\nCabos se encuentran exactamente al final (o exactamente al principio) de la\npen\u00ednsula. Parece una pierna completa en punta de pies, como si bailara, y\njustamente en la punta del pie se hallan Los Cabos; bailando. Hasta el\namanecer, por supuesto. Y con una m\u00fasica capaz de hacer vibrar los t\u00edmpanos. Y\nque no me hace f\u00e1cil escuchar a alguien que ahora me habla en una discoteca de\nCabo San Lucas, un pueblo porfiadamente trasnochador y desinhibido. He llegado\nhasta aqu\u00ed despu\u00e9s de dejar el avi\u00f3n y esconder a Steinbeck en la maleta.<\/p>\n\n\n\n Toda\nla discoteca parece moverse en forma convulsiva. Es que \u00e9sta es tierra para\namantes de la aventura. Y tener aguante importa. Se aguanta de luz a luz. Y en\nla discoteca Cabo Wabo los j\u00f3venes de pronto dejan de bailar y aprovechando el\nrock pesado se dan caballazos en la\npista, como potrillos. Un muchacho ha tomado unas copas para estabilizarse,\npero se ha estabilizado tanto que no logra moverse. Sobre la barra -una\nprovocaci\u00f3n y un anuncio-, cuelgan cientos de sostenes que alg\u00fan d\u00eda usaron\nse\u00f1oritas olvidadizas.<\/p>\n\n\n\n Pero\nal otro lado de la calle puede haber un contraste, un pub<\/em> con m\u00fasica quieta, que deje el alma levitando. <\/p>\n\n\n\n –Lo que ahora pasa aqu\u00ed es algo m\u00e1s bien\nnuevo<\/em>– me dice el empresario Francisco Rangel-. No hab\u00eda un solo hotel en la regi\u00f3n hace 40 a\u00f1os. Como a las 8 y media\nde la noche ten\u00edamos toque de queda natural. Ahora ya vamos por las 4 mil\npiezas de hotel, hay una multitud de pubs y discotecas, ciento veinte vuelos\ninternacionales a la semana. Para muchos, esta zona ha sido la escapada perfecta<\/em>.\n<\/p>\n\n\n\n -Especialmente cuando viene el hurac\u00e1n… –bromeo,\npara saber c\u00f3mo viene la mano.<\/p>\n\n\n\n –Tranquilo, tranquilo… en octubre ya no hay\nhuracanes <\/em>-me palmotea-. Estamos en\ntemporada alta, que es muy buena hasta mayo. S\u00f3lo agosto y septiembre suelen\nser meses complicados. Se vuela todo. Pero el a\u00f1o pasado no hubo problemas.\nAdem\u00e1s la hoteler\u00eda est\u00e1 bien preparada para las emergencias.<\/em><\/p>\n\n\n\n Rangel\nno habla de cualquier hoteler\u00eda. “Es\nde 54 estrellas<\/em>“, dice.<\/p>\n\n\n\n -\u00bf54 estrellas? A ver… a ver.<\/p>\n\n\n\n -Todas las estrellas de la bandera\nyanki- <\/em>aclara.<\/p>\n\n\n\n Es\nque un 80 por ciento -seguramente me quedo corto- pertenece a cadenas\nnorteamericanas. Y las grandes casas particulares, tambi\u00e9n. Incluso fuera de\nlas ciudades he visto que las propiedades con orilla de playa se ofrecen a la\nventa en ingl\u00e9s. For\nsale in front of beach.<\/em> En verdad, la California\ncontinental, estadounidense, se extiende d\u00eda a d\u00eda a la Baja California,\npeninsular y mexicana. “La Baja<\/em>“,\ncomo ellos le llaman, est\u00e1 de alta en Estados Unidos y Canad\u00e1.<\/p>\n\n\n\n –Es que nosotros queremos salir a navegar con\nla casa completa, los autos y hasta con la playa. Por eso nos vinimos a Baja<\/em>–\nme dice, hablando en clave, una gringa muy linda que vende libros de perros en\nCabo San Lucas. Despu\u00e9s, claro, tiene que explicarme el chiste. Me muestra un\nestudio que inquieta a los californianos: la falla de San Andr\u00e9s, productora de\ntemblores y terremotos. De acuerdo con los ge\u00f3logos, esta larga pen\u00ednsula\nterminar\u00e1 separ\u00e1ndose de M\u00e9xico continental. Transformada en isla saldr\u00e1 en\nlento navegar por el Pac\u00edfico. Viene cortando amarras desde hace m\u00e1s de 4\nmillones de a\u00f1os, estremeciendo muy seguido a toda la regi\u00f3n. Tiene una corteza\ndelgada, fr\u00e1gil, que terminar\u00e1 por ceder justamente en la parte fronteriza.<\/p>\n\n\n\n Faltan\nmuchos miles de a\u00f1os para que la pen\u00ednsula se convierta en isla, y sea, al fin,\nlo que por muchos a\u00f1os se jur\u00f3 que era, y t\u00e9cnicamente lo era: una isla. Hasta\nlas primeras d\u00e9cadas de este siglo no hab\u00eda caminos, y los aventureros llegaban\nnavegando. Como el propio Steinbeck. Como Gardner, el creador de Perry Mason,\nque escribiera una decena de libros enamorados sobre la regi\u00f3n. Como el\nexc\u00e9ntrico Ray Cannon, que dej\u00f3 fama, c\u00e1maras y libros para convertirse en\nvagabundo del Mar de Cort\u00e9s.<\/p>\n\n\n\n En\nbarco o en avionetas llegaban tambi\u00e9n otros que estaban en el secreto: unos\ncuantos millonarios, los artistas cansados del acoso, los pacientes pescadores\ndeportivos. <\/p>\n\n\n\n La\nBaja era el Ais\u00e9n de Chile en los a\u00f1os 30. Una tierra por conquistar, medio\nhostil, bella como pocas si quien mira ha aprendido a mirar.<\/p>\n\n\n\n A\u00fan hoy no tiene ciudades. S\u00f3lo pueblos. <\/p>\n\n\n\n –Pueblos de primera, hermano<\/em>– me dice\nHugo Bremer, gerente del Meli\u00e1 Cabo Real, miembro del Comit\u00e9 T\u00e9cnico de Los\nCabos, un hombre que disfruta ri\u00e9ndose de todo.<\/p>\n\n\n\n -\u00bfPueblo de primera, dice? \u00bfPor qu\u00e9?<\/p>\n\n\n\n –S\u00ed, pues. Cuando pones la segunda,\nhermanito, ya est\u00e1s con el carro fuera del pueblo<\/em>.<\/p>\n\n\n\n Ambos\npueblos principales (Cabo San Lucas y San Jos\u00e9 del Cabo), andan por los 35 mil\nhabitantes cada uno, y no tienen ninguna relaci\u00f3n con la belleza de su entorno.\nEn la vecindad misma de Cabo San Lucas se encuentra el lugar m\u00e1s extremo de la\npen\u00ednsula, donde se abrazan el Mar de Cort\u00e9s y el Pac\u00edfico. Ah\u00ed se levanta El\nArco. En aguas color cobalto los vientos y las olas tallaron este agujero\nmagn\u00edfico en la piedra blanda. Cuando la marea est\u00e1 baja y el sol, alto, las\nfranjas de arena de su entorno dan forma a un escenario simplemente perfecto.\nTal vez no hemos visto m\u00e1s admirables ni en los para\u00edsos de coral.<\/p>\n\n\n\n Sin\nque los fot\u00f3grafos deban hacer esfuerzo, este finis terrae<\/em> merece ser considerado una de las obras maestras de la\nnaturaleza, del paisaje sin intervenci\u00f3n humana.<\/p>\n\n\n\n Aunque\nla intervenci\u00f3n humana tambi\u00e9n ha producido espacios admirables como el resort\ncinco estrellas Ventanas al Para\u00edso,<\/em>\ny el mayor de todos, sobre el camino entre ambos pueblos, una borrachera de\ncolor y audacia, de c\u00f3pula perfecta entre la naturaleza y la obra humana, el\nedificio del gigantesco West Regina\nResort<\/em>. Sali\u00f3 de la mano de un famoso arquitecto mexicano, Javier Sordo\nMagdaleno. El Regina<\/em> recibe hu\u00e9spedes\ndelicados. Para \u201cno importunar\u201d a los pasajeros, la gente del servicio se\ndesplaza por pasillos subterr\u00e1neos.<\/p>\n\n\n\n Ambos\nresorts miran el Mar de Cort\u00e9s, por donde se pasean silbando y cantando miles\nde ballenas que vienen del \u00c1rtico, y que parir\u00e1n ballenatos de hasta 7 metros\nde largo, para seguir luego con llamativos juegos de conquista. <\/p>\n\n\n\n Dicen\nlos que saben<\/em> que este hotel asociado\na la West Regina es propiedad -bajo cuerda- de un mexicano, cuyo nombre hemos\nolvidado, pero es un ex presidente.<\/p>\n\n\n\n Salinas.\nPlayas blancas. Arrecifes coralinos. M\u00e1s de 30 tipos de cactos. Variada pesca\ndeportiva (marl\u00edn, pez espada, barracuda, dorado, pez gallo, pez vela…). Snorkel\ny buceo para admirar 800 especies de peces de coral. Una multitud de aves que\nhabitan las playas, las rocas y los arrecifes.<\/p>\n\n\n\n Imposible\nun catastro completo.<\/p>\n\n\n\n Hemos\nabordado lanchas de alta mar para “ocho\ngentes”<\/em>, como se dice, viendo c\u00f3mo se practica la pesca con gran lujo.\nNos metimos bajo el agua en Cabo Pulmo, no muy lejos de Cabo San Lucas, para\nnadar entre corales a la siga de card\u00famenes que parec\u00edan un jard\u00edn de flores en\nmedio de un silencio perfecto. Nada se\nparece tanto a Dios en la inmensidad del universo como el silencio.<\/em> Eso\nest\u00e1 escrito, y bajo el agua en Cabo Pulmo lo he sentido m\u00e1s que nunca.<\/p>\n\n\n\n Pero\nhay m\u00e1s cosas que el agua nos oculta: dos fen\u00f3menos submarinos. Las cascadas de\narena bajo la bah\u00eda, descubiertas por el viejo Cousteau, y una barranca donde\ncabr\u00eda completo el Ca\u00f1\u00f3n del Colorado.<\/p>\n\n\n\n Si\nnos metemos en el desierto, a trav\u00e9s de la ruta que lleva a la frontera con\nEstados Unidos, hallaremos pueblos dignos de entrar a curiosear. En alguno de\nellos tiene su domicilio la nostalgia. Y la sed. Alguien nos advirti\u00f3: \u201cA veces tus labios no conocer\u00e1n m\u00e1s agua\nque la del roc\u00edo, donde por techo tendr\u00e1s el cielo, y en el d\u00eda tal vez no\nencuentres m\u00e1s sombra que la de tu propio sombrero”. <\/em><\/p>\n\n\n\n La\ngente de estos pueblos no tiene una farmacia. Ni parecen necesitarla. Acuden a\nla farmagia<\/em>. <\/p>\n\n\n\n En\nla tierra des\u00e9rtica manda la soledad. Y la costa tur\u00edstica recibe cuatro extranjeros\npor un mexicano. Quiz\u00e1 por eso sobrevive bien y empieza a ser mirado como el\nlugar m\u00e1s virgen de M\u00e9xico. Es un lugar que puede levantar la mano si quiere transformarse\nen refugio del hombre, como lo es ya de muchas otras especies afligidas.<\/p>\n\n\n\n La\nfama tur\u00edstica ganada en Estados Unidos y Canad\u00e1 puede, sin embargo, transformarse\nen su enemigo. A\u00fan quedan, eso s\u00ed, d\u00e9cadas para disfrutarla. Mejor: deber\u00eda\nprotegerse para ser tierra prometida para los descubridores que vengan de un\nmundo saturado y violento. <\/p>\n\n\n\n