Qatar
Tanto que catar
Sorprende lo que ocultan la ricas qataríes bajo sus ropones negros. La sociedad cambia en silencio mientras grita su progreso en un bosque de torres modernas y proyectos de estadios para el Mundial 2022. Los deportes, los negocios y los modernos transportes aéreos anuncian un buen futuro sin petróleo. En 2017 Qatar Airways unirá Santiago con Doha en el vuelo sin escalas más largo del mundo.
Por Luis Alberto Ganderats, desde Doha, Qatar.Entre euforias y desalientos avanza el Mundial de Fútbol 2022. Hace pocas semanas murió la diseñadora de uno de sus estadios principales, Zaha Hadid, primera mujer ganadora del Pritzker, el llamado Nobel de Arquitectura. Ahora nadie sabe si su pro- puesta arquitectónica será respetada. Una polémica pública y otra subterránea se han venido produciendo en torno al diseño del estadio de Al Wakrah, salido de sus manos. Hasta en Estados Unidos se han escuchado voces burlescas. Se dice que mirada desde la altura la cúpula del estadio recuerda a una vulva. “Es el estadio sexualmente más atractivo que he visto”, dijo Jon Stewart, animador de un popular programa de la televisión norteamericana. Ella enfureció y dijo al Time: “Resulta desconcertante que a alguien se le haya ocurrido algo así. ¿Qué están diciendo? ¿Entonces todo lo que tiene un agujero es una vulva? Ridículo. Honestamente, si un hombre fuera el autor del proyecto, los críticos no habrían hecho es- tas comparaciones obscenas”.
Ahora que Zaha Hadid ya no vive para defender su obra –y ha muerto soltera, sin hijos y sin marido que la protejan–, nadie puede saber cuál será el final de esta historia. Muchos de sus innovadores proyectos en Europa han sido sofocados por el conservadurismo. Llegaron a lla- marla “arquitecta de papel”.
La ciudad perdida de lusail.
Tampoco ha resultado fácil resolver sobre el estadio de Lusail, pensado como escenario de la inauguración y la clausura del Mundial.
¡Mire, así será! Me había dicho, eufórico, un taxista el día del primer arribo a Doha. Su entusiasmo se encogió al pedirle que me llevara a ver los avances de la ciudad que se construirá para sede del Mundial.
“Todavía no comienzan las obras”, dijo con un hilo de voz.
Lusail nacerá de la nada, al lado de Doha, para acoger a 200 mil habitantes. Pero al igual que los espejismos, pareciera existir sólo en la imaginación.
“No perdamos tiempo buscándola. Sólo se han hecho unos edificios para la gente que va a construir los recintos deportivos y viviendas”, me advirtió.
Si ahora, pasados dos años, volviera a encontrar a ese hombre, debería responderme lo mismo. El nuevo proyecto del estadio de Lusail ha sido aprobado por la casa real de Qatar hace pocas semanas. El plan original, que obtuvo la mejor puntuación entre las ideas de los más famosos arquitectos del pla- neta, fue rechazado por el Emir. “No refleja bien nuestra cultura.” Y punto en boca.
Durante dos años el equipo del británico sir Norman Foster, ganador del concurso, tuvo que morderse la lengua y modificar el diseño en partes esenciales, incluso renunciando a lo más innovador: un techo desplazable para poder refrigerar el estadio en días de infierno.
Pero mientras lo del Mundial avanza a tropezones, el país no camina, corre. Los buenos viajeros ya tienen mucho que catar en Qatar. Está convertida en una generosa puerta de entrada a Medio Oriente y el Sudeste Asiático, con su Qatar Airways, línea aérea que tiene casi 150 destinos a nivel global y un aeropuerto fuera de serie. El aeropuerto de Santiago figura en sus planes. Para muchos chilenos rumbo a Oriente, Qatar Airways podría convertirse en la primera opción cuando desde 2017 los traiga –sin escalas– hasta Doha, la capital qatarí. Serán los vuelos directos más largos del mundo, y en consecuencia los más breves en tiempo de viaje. Y si Chile clasifica para el Mundial 2022 los vuelos serán muchos.
Qatar tal vez sienta una emoción todavía mayor que la de Chile cuando organizó su propio Mundial en 1962: su territorio es 74 veces más pequeño. Las muchas diferencias entre ambos hay que buscarlas en la riqueza y las leyes que buscan borrar diferencias: Qatar es ahora primero del mundo en cantidad de dólares por habitante. Nosotros llegamos a los 20 mil, y ellos se acercan a los 100 mil. Qatar nos gana lejos en el Índice Gini, que mide las distancias de ingresos entre los dos extremos económicos de la sociedad. También nos supera en el Índice de Satisfacción en la Vida y en el Índice de Desarrollo Huma- no. Y Santiago está más abajo que Doha hasta en el Índice de Calidad de Vida.
La diferencia que todavía favorece a Chile es que los extranjeros, que aquí en Qatar son el 85% de la población, tienen a veces contratos de trabajo sin control, y los de la construcción suelen no alejarse mucho de una especie de trabajo forzado.
En estricta verdad, los que realmente laboran aquí son una mayoría abrumadora de extranjeros. De casi 2 millones de habitantes, son apenas 188 mil los qataríes activos, y llevan una vida regalada desde que hace 67 años empezaron a explotar el petróleo. Como desconocen lo que es un sobresalto y no tienen dudas sobre su futuro, demasiados chicos de Qatar se encuentran afiliados a la generación ni-ni: ni trabajan ni estudian. Las chicas, en cambio, dudosas sobre su mañana en una sociedad eminentemente masculina, son hoy más abundantes que los varones en la universidad.
Grandes apetitos.
Qatar 2022 ha instalado para siempre en el mapa a este minúsculo país, y le puede servir bastante en su esfuerzo para avanzar como sociedad antes de que desaparezcan los hidrocarburos. Hacia 2050 pueden agotarse sus reservas de petróleo (hoy iguales a las de Estados Unidos), y será crí- tica la situación del gas natural, hoy tercera reserva del planeta.
“Capital del deporte universal” es lo que quiere ser Qatar. Y el Mundial de 2022 le ayudará a lograrlo en el mediano plazo. Ha seleccionado jugadores entre miles de chicos de todos los continentes, y los forma en una ejemplar escuela de fútbol. Pretende que su selección, ahora mediocre, se instale entre las 10 mejores del mundo.
También quiere potenciarse como centro turístico y financiero, y como líder mundial en transporte aéreo. Se empeña por aumentar su potencia exportadora de manufacturas, y en transformarse en un polo universitario y cultural, impulsando la llamada economía del conocimiento. También aspira a seguir creciendo como centro de comunicaciones, aunque la influyente televisora Al Jazeera, propiedad de la familia real, ahora ha frenado sus inversiones por el bajo precio de los hidrocarburos.
Notoria aliada de Qatar en estos años ha sido la arquitectura. Impresiona la acumulación de altos edificios de la bahía de Doha. Muchos arquitectos estrella del siglo XXI han dado forma a este soberbio perfil. Takashi Murakami, el gran artista japonés, dijo: “La visión de esta gran ciudad futurista en el desierto pone mi imaginación en llamas”.
Extraviado en el bosque.
Se chamuscó mi optimismo después de mi primera experiencia en Doha. Al acercarme a ese perfil de rascacielos y penetrar luego al bosque de cristal y concreto que crece a sus espaldas, encontré un espectáculo desconcertante. Me pareció una ciudad de andamios, con las tripas al aire, a medio organizar, con pocas veredas en forma. Por ser esta una ciudad muy segura de día y de noche –los extranjeros sin trabajo tienen que irse del país y ¡ay del que se porta mal en Qatar!–, me interné con confianza en el bosque de cemento, fotografiando diseños futuristas, caminando alegremente sin rumbo, como queriendo imitar al trovador Facundo Cabral que decía: “Siempre camino torcido; el que camina derecho conoce un solo camino”.
Al poco rato tenía perdidos todos los caminos. Era medianoche, una nube de arena ocultaba el horizonte, y el sector de vidrio y concreto parecía un desierto vacío, salvo por un torrente de vehículos que avanzaba por una autopista. Quise volver a mi hotel y no pude. Deambulé como borracho por minutos que parecieron horas. Sólo parecía retumbar en mis oídos el silencio opaco del desierto. Sentía ganas de gritar. “¡Qué alguien me saque de aquí!”.
Hasta que tropecé con un taxi. El conductor, un nepalés que sabía cuatro palabras en inglés, dio conmigo vueltas infinitas. La ciudad lo tenía confuso. Al fin, rendido, se detuvo, abrió la puerta del vehículo y me depositó en un lugar cualquiera (tal vez más adentro del bosque de rascacielos donde me había recogido).
Esto que me ocurrió esa vez no era casual. El 90% de los individuos activos de Qatar son asiáticos nacidos en aldeas. No se adaptan fácilmente a una ciudad de desarrollo apresurado como Doha. Además falta toda referencia geográfica. El cerro más alto del país tiene la altura de nuestro Santa Lucía. El Sheraton, gracias a su forma de pirámide, me había servido como referencia espacial, pero estaba oculto por otros edificios y la cortina de arena, y sin esa pista no podía llegar hasta mi hotel, ubicado relativamente cerca del Sheraton.
Al fin, un taxista rajastaní supo dejarme directamente en la puerta del Radisson Blue. Entré como un chiflón, y en mi habitación juré nunca más caminar torcido y de noche en barrios nuevos.
Al palacio desde la Jaima.
Todo lo demás ha sido interesante o sorprendente. Y sofocante. Tener 40º C a la sombra puede ser una suerte en estos días, porque es peor en julio y en la primera semana de agosto, que da saltos hasta los 50º C.
Tal vez el Doha más acogedor lo encontré en el viejo mercado árabe, el Zouq Wakif. Le han hecho un lifting total. En su vecindario, hombres y mujeres se empiezan a instalar en el futuro, aunque se esfuerzan por vestir como hace milenios. No faltan mujeres que se cubren completamente el rostro con un burka afgano. Los vendedores están agrupados por áreas: mascotas, alfombras beduinas y monturas para camellos, tiendas de perfumes penetrantes que se esparcen en oleadas por los pasillos. Muchos ofrecen ropa femenina: abayas y jalabiyas, sheilas y hiyabs. Hasta aquí no llegan, claro, muchas mujeres qataríes mimadas o mimosas. Ellas son clientas de dos grandes malls: el pintoresco Villaggio, que en el reseco desierto imita a Venecia, y el City Centre, futurista. Esas mimosas también se arrancan –como veremos– a lugares donde venden lencerías invencibles.
Aquí he visto parejas de musulmanes añosos, a cuyas mujeres no se le ven los ojos, caminando de la mano, discretamente, algo que no se tolera en otros países del islam. También observé a un matrimonio joven sentado en uno de los cafés con mesas sobre la calle. El hombre, vestido de chilaba blanco, acunaba a su hijito con un brazo y con el otro aspiraba su pipa de agua, o narguilé. Nadie puede tomar alcohol en Qatar –ni una cerveza– salvo que sea extranjero y concurra al bar de un hotel. Y en estas mesas al aire libre, los grupos de hombres y mujeres se siguen sentando en mesas separadas.
Ya no existe mercado de animales aquí, pero nadie olvida sus 100 generaciones pastando rebaños en el desierto. Muchos camellos sin montura descansan aquí estirados sobre el pavimento, al lado de altos edificios. Hay algo que al propio emir no le interesa ocultar: es descendiente de beduinos que vivían bajo carpas tejidas con pelo de cabra y camello, y es tema hablado públicamente. Su madre, la bella jequesa Mozah, en presencia del Time, le recordó en tono de chanza a su marido el lugar de origen de la familia reinante a la cual él pertenece, y que tiene brevísima tradición. Le dijo la jequesa al emir: “Ustedes, los Al Zani, estaban allá adentro, en el desierto, durmiendo en jaimas, cuando mi familia ya era civilizada y urbana”.
Rió con ganas el bigotudo jeque. Su familia viene de nómadas que llegaron hace tres siglos desde los desiertos de arena de los vecinos Omán y Arabia Saudita. Ha vivido la mitad del tiempo pastando en los oasis, y la otra mitad recolectando perlas sobre la costa. Los niños qataríes no recibían educación oficial hasta que –gracias al hallazgo del petróleo, que los hizo menos errantes– la primera escuela se instaló aquí en 1952.
Dolce & Gabbana & Jequesas.
Ahora un hijo de esa jequesa “civilizada y urbana” es el nuevo monarca, el emir Tamim, que cumplirá 36 años en los primeros días de junio. Otro de sus hijos, la jequesa Al Mayassa, se encarga de seleccionar arte universal que no choque con el wahabismo, una de las expresiones más conservadoras del islam, dominante en estas tribus del desierto.
Pero cada día las mujeres ricas se ponen más modernas. La joven jequesa está entreabriendo las mentes a los tercos. Siguiendo el ejemplo de su madre, hace un tiempo figuró en el Time como una de las 100 personas más influyentes (entre ellas, también la Presidenta de Chile). Ambas jequesas pasarán a la historia como líderes de la emancipación femenina, salvo que sean maniatadas por el wahabismo, muy respetado por el actual emir.
Sabe la joven jequesa que puede avanzar, pero no trotar. La vemos casi siempre con un ropón negro, una abaya, y una variedad de velo islámico llamado alamira. Éste le cubre cabeza y cuello, dejando enmarcado su rostro.
Pero ¿qué ocultan esos ropones negros? Lo vamos a contar (en recuadro) sin ahorrarnos detalle. El tema no estaba en los planes. Me proponía hablar sobre la nueva ciudad de Lusail, todavía un espejismo, y fue en medio de esta frustrada búsqueda que me tropecé con las arropadas mujeres de Qatar.
Decidí parar la oreja. Y mirar.
Sabía que la madre del emir (que parece emperatriz cuando se reúne con las reinas europeas) ha hecho que se aceleren las innovaciones en la ropa femenina. Con ella, la abaya de siempre ha dejado de ser preferentemente una tela negra cuadrada que cubre todo el cuerpo femenino. Ahora es cada día más común que tenga la forma de caftán, clásica túnica islámica de seda, más abierta, aunque también cubre hasta los tobillos.
A partir de este clásico caftán, ya hay una media docena de diseñadores en Medio Oriente que han entrado a nutrirse en el pastizal de los petrodólares. Hace pocas semanas, la italiana Dolce & Gabbana lanzó su primera colección de abayas y de velos islámicos destinados a cubrir las cabezas femeninas. De tonalidades oscuras contrastadas por deliciosos diseños blancos, ya comienzan a interesar incluso a las occidentales devoradoras de modas, siempre necesitadas de nuevos giros en su ropa.
¿El regreso de las abayas?
La revista francesa L ́Histoire publicó hace poco un relato sobre época antigua titulado L ́Age d ́or des abbbayes. Pero, ¿no estará naciendo otra edad de oro de las abayas?
Aisha Al-Bedded, qatarí, líder del nuevo diseño islámico, nos contó que en sus nuevas abayas está usando terciopelo, chifflon, tafetán, cordón francés o shantung. Resultan “obras de arte”, dice. A sus clientas exigentes les hace diseños con tejidos de Versace y Valentino, y hasta de Ellie Saab, que ha vestido a Zeta- Jones. No tiene miedo a ponerle colores vivos a la abaya, si bien aclara que la prefiere negra: “Es más femenina, única y con clase. Puede hacer elegante a toda mujer”.
Aquí, las señoras llevan normalmente una vida anónima, dedicada a tareas domésticas, es decir a las “labores del sexo” –como se decía en Chile ayer no más, cuando nuestras abuelas entraban al templo con la cabeza cubierta de negro–. Algunas qataríes salen de compras casi a escondidas, y apenas el 2% trabaja fuera de su casa. Pero es distinta la vida de algunas mujeres ricas. En la vida social privada visten a la manera occidental. Una de ellas lo explica: “La abaya ahora es más un uniforme que expresión de una creencia; algo así como un traje típico. Si estás representando a Qatar, usas abaya para que sepan de dónde eres. Si vas a una reunión internacional, te pones un vestido a la europea”.
Para qué hablar de la jequesa Mozah. Ella sigue siendo rupturista en el mundo musulmán. Casi siempre cubre su cabeza a lo Grace Kelly, con un pañuelo de colores vivos, al modo de turbante mínimo. Muestra el pelo y el rostro, y ciñe sin disimulo su espigado cuerpo elástico. Luciendo esas tenidas deslumbrantes se licenció en sociología cuando ya era jequesa. Ahora sigue siendo el alma de la Qatar Foundation, responsable de la educación, cuyo logo apareció antes que Qatar Airways en las camisetas del Barsa. Recibe doctorados honorarios y otras distinciones vestida como no islámica.
Por lo tanto, no resulta difícil imaginar lo que ella viene usando pegado al cuerpo (¡perdone, Majestad!) desde que se hizo favorita del entonces príncipe heredero de la dinastía qatarí. Mozah sabe que el amor no es ciego, y habrá necesitado ayuda para no ser desplazada por sus rivales, con quienes comparte el palacio hasta hoy.
Alguien que está enterada de todo, pero no habla fácilmente del tema, es Enrica Barbagallo, principal diseñadora de prendas islámicas en Europa. “La sexualidad es muy fuerte en Qatar. Aún más, creo que las mujeres parecen más abiertas de mente que muchas europeas. Adoran la lencería y les encanta la dosis de misterio que significa cubrirse para luego descubrirse. Esconden su cuerpo al extraño, es verdad, pero ¿ha visto cómo maquillan sus ojos?”
Lo he visto.
Al llegar la primera vez al aeropuerto de Doha, las mujeres de Policía Internacional (todas cubiertas de pies a cabeza) tenían sus cejas y párpados pintados con un delineador negro-noche-oscura. Les pregunté cuál usaban para verse tan lindas. Dulcificaron sus ojos en un segundo. Se arremolinaron. Una de ellas escribió: Revlon Colorstay Creme Gel Eye Liner.