Meiggs, héroe y bellaco

Meiggs es para muchos chilenos sólo un barrio comercial santiaguino, muy activo en estos días próximos a Navidad. No hace mucho, me tenté con la idea de tomar el tren más alto de América, entre Lima y Huancayo. Al investigar a Enrique Meiggs, su iniciador, descubrí una historia casi sobrehumana, y también a un no menos desvergonzado personaje (foto, de barba canosa). Nace en Greene, al norte de la ciudad de Nueva York, y después de una quiebra fraudulenta emigra a San Francisco, donde es empresario, candidato a gobernador y concejal por cinco años, hasta el día en que huye a Chile. Había falsificado documentos y robado cheques municipales, que vende en 365.000 dólares. El fraude es descubierto cuando él ya estaba en alta mar, rumbo a Talcahuano. Llega con 44 años en 1855. El gobernador de California, John Bigler -el mismo que persiguió a Joauín Murieta-, pide al gobierno de Manuel Montt que Meiggs sea deportado. Nunca lo encuentran. Seis meses más tarde, el fugitivo logra que se anule la orden de aprensión, y poco después el ex gobernador californiamo llega a Santiago como Ministro Plenipotenciario (foto, de cuerpo entero). Entonces se sabe que él y Meiggs son buenos amigos.
El empresario mantiene relaciones cordiales con los gobiernos de Montt y José Joaquín Pérez. Empieza construyendo el puente metálico sobre el río Maipo en 1858. Sigue con el ferrocarril desde Maipo hasta San Fernando. Y en 1861 inicia la vía férrea entre Quillota y Santiago. Lo hace con una cláusula: si demora menos de tres años el Estado debe darle una millonaria bonificación. Lo termina un año antes, como ciertamente lo tenía calculado. En 1863 sube sonriente a la locomotora que une Valparaíso y Santiago.

No sólo gana propuestas con los presupuestos más caros, sino que se las arregla para tener ingresos extras. Decide subastar su mansión de la Alameda (ahora demolida), utilizando un original sistema: emite boletos de un peso, que coloca en la costa del Pacífico hasta completar la suma de 400 mil. El sorteo favorece a un antiguo empleado suyo, quien no puede sostener la mansión. Entonces…Meiggs se la compra por 80 mil. Se queda con la casa y 320 mil pesos más…
Sigue a Perú, donde hace obras ferroviarias memorables, pero donde mueren miles de trabajadores. Se fue a la tumba transformado en leyenda. La síntesis de una biografía escrita por su coterráneo Watt Stewart, profesor del New York State College, dice que “engatusó funcionarios, hizo la vida muelle de autoridades venales, presidentes miserables, plutócratas envilecidos hasta el tuétano y, por consiguiente, pudrió hasta la más íntima fibra de cuanto puro tuvo, o alguna vez albergó, el alma colectiva peruana…”
Dejó menos luces que sombras: héroe y bellaco.
El sobrino que le heredó dio origen luego –con un socio- a la United Fruit Company, que ha tenido una trascendencia global. Empresa del demonio la llaman en Colombia y América Central. Un conflicto con sus trabajadores que derivó en matanza en la colombiana Ciénaga, es recogido por García Márquez en Cien años de soledad. Y el carismático político que los defendió, Jorge Eliécer Gaitán, fue uno de los iniciadores liberales de la violencia colombiana que aún no concluye. Su asesinato no hizo sino encender fuego en pasto seco. Nadie pudo detener (hasta hoy) la guerrilla. Hace poco, un analista colombiano advirtió: “Para encarar cualquier proceso de paz en el país no se puede suprimir la memoria colectiva, comenzando por la masacre que se cometió el 6 de diciembre de 1928 en Ciénaga contra una multitud inerme y pacífica“.