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Bahía de Ha Long | La cordillera de los sueños – Luis Alberto Ganderats
Bahía de Ha Long | La cordillera de los sueños

Bahía de Ha Long
La cordillera de los sueños

Oculta al gran turismo internacional hasta los años 90, la bahía de Ha Long es hoy una de las Siete Maravillas Naturales del Mundo, junto al Amazonas y las cataratas del Iguazú. Este tipo de paisajes –formados en la profundidad del océano hace 500 millones de años– nos lleva de golpe a nuestros días de niño, a los cuentos ilustrados del Oriente. Parecen territorios que pueden ocultar, aquí y allá, criaturas  improbables, y satisfacer a los eternos románticos soñadores.

Desde Ha Long Ville, Vietnam, por Luis Alberto Ganderats

“Estoy flipando”,  dice un madrileño a mi lado para comunicar a quien quiera oírle que está alucinado. No es para menos. La bahía vietnamita de Ha Long es un trozo de otro mundo. No se parece a nada de lo que ese periodista español haya conocido en 20 años de viajes. ¡Qué guay!, exclama. Todo le parece maravilloso. En este momento se encuentra rodeado de pequeñas islas, miles de islas, que cambian de lugar a medida que el buque navega. Se esconden unas a otras, y luego vuelven a aparecer. Forman una gran armada fantasma avanzando hacia múltiples horizontes. Hace dos millones de años estas islas eran colinas de piedra caliza en medio de un valle. Pero el Mar de China creció hasta sumergir las tierras bajas y quedó como las vemos hoy. Lo mismo hemos admirado en la bahía tailandesa de Phang Nga, donde entre algunos islotes destaca la llamada “piedra de James Bond”. Y sobre todo, en la cubana Pinar del Río, aunque aquí el mar está ausente, que tiene colinas calcáreas –llamadas mogotes–, pero no barcos, sólo plantaciones de café, casitas de colores y muchas huellas guerrilleras en sus cavernas).

Este tipo de paisajes –formados en la profundidad del océano hace 500 millones de años– nos lleva de golpe a nuestros días de niño, a los cuentos ilustrados del Oriente. Nos parecen territorios que pueden ocultar, aquí y allá, pequeños seres misteriosos, criaturas  improbables. Cualquiera, si se lo propone, podrá imaginar rondas de gnomos en las muchas grutas que hay en los islotes de Ha Long, tallados por el agua y el viento. Es cosa de recorrer estos lugares con el ojo alerta. Pero no sólo sirven para encantar niños. Es también escenario perfecto para mentes jóvenes (de cualquier edad), dispuestas a no renunciar jamás a los extravíos románticos. Todo buen viajero encontrara aquí algo de lo que forma parte de su imaginario. No faltan siquiera vigorosas figuras fálicas, símbolos de la fertilidad, una de ellas muy célebre, que vimos en la gruta Sung Sot, del islote Bo Hon, después de subir escalones por unos 30 metros, con nuestro colega español traspirando, jadeando, alegando. ¡Qué suplicio, macho! Este lugar oculto en la caliza parece separarse de la tierra. Sus colores se acercan a veces al rojo del infierno, y en otro momento, a algún lugar celeste.  (¡Y de color celeste!, ya que al Comité Popular de la provincia –explica un guía– se le ha ocurrido iluminar la caverna con cambiantes focos de colores).

A ratos, tantas luces artificiales distraen, y pueden molestar. En compensación, dentro de las cuevas encontramos senderos iluminados para avanzar con seguridad en medio de un escenario confuso. Al terminar el recorrido por Sung Sot nos espera el mismo barco que nos dejara en la otra boca de la caverna. El paisaje que encontramos a la salida es de los más bellos que podemos fotografiar en los mares del mundo. La desordenada cordillera de los sueños aquí se ordena como una miniatura perfecta. Son minutos de verdadero éxtasis, que nadie debería perderse en una visita a Vietnam. Se pasa bruscamente de un agujero abrumador  a una bahía plácida, con islotes y barcos que recuerdan los juncos chinos, donde parece reunidos todo el misterio y la belleza de los antiguos viajes por el Extremo Oriente.

INDOCHINA Y LA DENEUVE

¿Y en qué lugar de Ha Long encontraremos paisajes que provocan arrebatos románticos?

Casi en todas partes. La multitud de islotes de piedra caliza lucen verdes, sólidos, pero por dentro muchos son como maderas comidas por termitas, llenos de fisuras, de galerías y perforaciones profundas talladas por la erosión, en que el agua y el viento hacen un trabajo que dura milenios. A medida que pasa las horas vamos sabiendo que aquí todos los días hay sol, pero también todos los días hay lluvias, o nubes a lo menos, y se decora el paisaje cuando el sol irrumpe con mil rayos perforando  la neblina. Disminuyen las lluvias y la humedad de noviembre a marzo. Cirros y cúmulos avanzan con rapidez. Son nubes presurosas. A ratos, el paisaje cambia como video pasado a alta velocidad.

Durante la noche, los barcos dejan de cazar vientos con sus velas y buscan un fondeadero bajo la luz de la luna. Algunos encienden sus guirnaldas y al verlos parece imposible imaginar belleza más perfecta. Por eso, Catherine Deneuve reveló al mundo que aquí se goza del mejor decorado natural para una historia de amor. Lo hizo en una película melancólica que quiso contar al mundo los últimos días de la colonización francesa en el Sudeste Asiático. El cómodo barco en que ahora navegamos y alojamos lleva el nombre de esa ya legendaria colonia: Indochina. El nombre de China no se separa de nosotros: Quang Ninh, esta provincia vietnamita, está pegada a China, ahora navegamos por el Mar de China entre barcos con velas… chinas. El Asia más remota se nos mete en los ojos haciendo que el alma sonría de contento, porque pisamos el territorio de obsesivos sueños de viaje.

Aquí la magia pasa a formar parte de nuestra vida cotidiana. Un vietnamita que viaja a bordo nos cuenta una leyenda: cuando los remotos habitantes de este lugar luchaban contra invasores que venían por mar, el emperador de Jade –gobernante del cielo y la tierra– hizo que una familia de dragones celestiales llegara a prestarles ayuda. Los dragones vomitaban joyas y jade que se convirtieron en islas, hasta formar una gran muralla frente a la flota enemiga, que fue hundida. Por eso ahora el lugar se llama “dragón descendente”, que se dice Ha Long en lengua nativa. Esta bahía fue la primera molécula legendaria de lo que hoy es Vietnam, el recinto monumental donde empezó casi todo, según creen los nativos. Fue de los primeros lugares habitados en la región, tal vez porque Ha Long y sus mil islas flipó a esos hombres tanto como al español que viaja a nuestro lado repitiendo ¡qué guay! 

GNOMOS DE LA BAHIA

Los vietnamitas de hoy son hombres orgullosos por haber derrotado primero a los chinos, luego a los franceses y finalmente a los estadounidenses, sin ayuda de dragones celestiales. Por eso, si anda con guía, no se le ocurra preguntarle nada sobre estos temas. Su lengua se hará ovillo hablando de hazañas militares (con razón), olvidando referirse al lugar que está visitando.

Después de permanecer prácticamente oculta al turismo hasta los años 90, la bahía de Ha Long es hoy Patrimonio de la Humanidad y una de las Siete Maravillas Naturales del Mundo, junto al Amazonas y las cataratas del Iguazú. Un enorme letrero de seis caras lo proclama en la principal de sus playas, llamada Titov o Titop. Este nombre  recuerda al primer ser humano que orbitó varias veces la Tierra, un muchacho soviético de 26 años, que estuvo dos veces en este lugar, y que corrió cerro arriba para usar la cumbre como mirador sobre la playa.  

Ha Long se encuentra a sólo 170 kilómetros de Hanoi, la capital. En el camino, durante tres horas podemos ver las imágenes tal vez más hermosas de Vietnam. Tejados al estilo chino, arrozales que parecen jardines  y sobrecogedores cementerios de guerra. Es posible visitar pagodas, escuchar cánticos en monasterios budistas, recorrer  aldeas con cultivos en terrazas de colores intensos, y fotografiar búfalos de agua montados por campesinos con su clásico non lá, sombrero cónico hechos de cáscara de arroz. 

Al llegar a la bahía de Ha Long descubro que hay alojamientos de todo tipo. Algunos hoteles están pensados para los viajeros difíciles de complacer. Otros, para menos exigentes, para los que se mueven con más entusiasmo que dólares. Veo una multitud de hospedajes muy cómodos en las ciudades costeras de Ha Long Ville y Cam Pha  –en las afueras–, y también en algunas islas del gran archipiélago de Cat Ba, especialmente en Cat Ba Ville, centro de un enorme parque nacional.  Y por esta orilla oceánica de 120 kilómetros navega una verdadera flota de barcos de turismo con alojamiento a bordo que invitan a recorrer “la bahía de los sueños.”  El principal puerto de embarque es Bai Chay, en la ciudad de Ha Long Ville. Muchas embarcaciones llevan velas que imitan a las de los milenarios juncos chinos, aunque resulten a veces ridículamente pequeñas para el tamaño del casco. Hasta principios del 2012 casi todos eran de color madera, y decoraban suavemente el paisaje, sin disputarle protagonismo a las islas. Pero una decisión tomada por del Comité Popular de la comuna –que mete sus narices más de la cuenta– está obligando a pintarlos tan blancos como los cruceros de Miami. Hace pocas semanas, sin embargo, la medida fue corregida: ahora se pueden combinar blanco y marrón.

GUERRA EN EL PARAISO

No todos los viajeros llegan a Ha Long sólo para recorrer uno de los lugares más bellos del planeta. Muchos desean visitar también el golfo de Tonkín, donde se encuentra esta bahía, escenario de una crisis que culminó con la guerra de Vietnam. Así, los extranjeros pasan de la bahía de los sueños al territorio de las pesadillas. Nada nuevo, claro. El golfo de Tonkin, que pertenece a Vietnam desde que se separó de China hace más de mil años, fue invadido por barcos franceses a fines del siglo 19. Los europeos crearon una colonia llamada Protectorado de Tonkin, que incluía hasta Hanoi, la actual capital, la cual, junto a otros países y regiones, daría forma a la Indochina Francesa, que llegó a tener el tamaño del territorio de Chile. En el siglo siguiente, poco después de la ocupación nipona durante la segunda guerra mundial,  y de la expulsión de los franceses, el presidente Lyndon B. Johnson consiguió que el Congreso de Estados Unidos aprobara la Resolución del Golfo de Tonkin, que hizo posible aumentar  las fuerzas estadounidenses en la zona y actuar fuera del recinto de sus bases…

Así explotó la Guerra de Vietnam.

Y empezaría a gestarse la primera derrota militar que sufriera la potencia norteamericana. El incidente relatado a su Congreso por el presidente Johnson, que originó las hostilidades, ha sido considerado más tarde como dudoso o falso: un lanzamiento de torpedos desde lanchas vietnamitas a destructores de la flota de Estados Unidos.

El supuesto incidente convirtió al golfo de Tonkin en un lugar clave de la historia militar del siglo 20, y muchos viajeros lo recorren por razones históricas e ideológicas antes que por simple esparcimiento. Por eso, en los numerosos pueblos flotantes que existen en Ha Long, como Vung Vieng y Van Gia, varios lancheros vietnamitas nos proponen visitar el golfo. Pero preferimos ser testigos de cómo viven estos hombres en sus casitas de madera que se equilibran sobre plataformas hechas de tablas y bidones. A su alrededor, con redes y maderos, han tejido sus pequeñas plantas piscícolas, de las cuales obtienen productos del mar para alimentarse y vender. Cientos de turistas remando pequeños kayaks llegan de visita, aprovechando las aguas casi siempre tranquilas.

Normalmente (no siempre), la invasión turística es recibida por los vietnamitas con una sonrisa llena de dientes. Pero la misma sonrisa termina en una mostrada de dientes si el  invasor tiene planes bélicos. Por eso, los intrusos de los siglos recientes han terminado en un apresurado y atolondrado abandono del territorio vietnamita, dejando tanques y hasta aviones de guerra, que el gobierno se encarga de exhibir en la ciudad de Ho Chi Minh, la ex Saigón.  

Los turistas que han contratado tours a Ha Long desde la cercana Hanoi se muestran casi todos  encantados por el ahorro y la normalidad del viaje. No faltan, eso sí, historias de poco rigor en el servicio y de guías impertinentes. Hay quien dice haber perdido su celular  después de dejarlo sin candado en su mochila. Muchos piden una policía más visible y dispuesta a recibir denuncias. Todos los que se quejan, sin embargo, terminan olvidando cualquier contratiempo. Después de recorrer la bahía, parece lo anterior pierde importancia. Debe ser por algo que escribió en su tuit un fotógrafo brasileño, “Isto se parece ao paraíso”.   

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